Con: Milagros Cabrera, Raúl Pignolino, Ramón Oscar Sosa, Dany Pereyra, Ricardo Cabrera, Tony Fiorentino y Carlos Migliore Bataller.
Dirigido por Florencia Falchi.
Cuando era chica, no había para mi mayor magia que esperar el domingo para escuchar las historias que mí papá me contaba. Era su día de descanso, remoloneaba unas horas más en la cama, y allá íbamos sus dos hijos: mi hermano, con una pila de revistas que todavía no sabía leer, y yo, con mis oídos atentos, porque después de que mi papá recorría pacientemente cada una de las historietas para relatar lo que mi hermano ya sabía de memoria, llegaba el tiempo de los cuentos. Y la verdad, es que contaba unos cuentos fantásticos, llenos de brujas y noches tormentosas. Escuchábamos a mi mamá trajinar en la cocina con los quehaceres de la casa. Y nosotros dos, vivíamos plenamente ese tiempo maravilloso que papá nos entregaba, con una paciencia infinita.
Creo que no hay nada mejor, que un niño pueda escuchar un relato, una historia, un cuento. La imaginación vuela, los pensamientos se liberan, y el soñar y construir imágenes contribuyen al ejercicio de la mente del adulto que vendrá después. Ese niño seguirá buscando historias, intentará la lectura de un libro, crecerá en contacto con el relato oral, que es rico y constructivo.
Si hay algo que repetí en mis hijos, de lo que viví en mi niñez, fue justamente eso: contarles historias, con la misma pasión que puse al escucharlas cuando pequeña. Jugando con ellos, respondiendo sus preguntas.
Hoy escribo, deseando que otros niños puedan soñar.
Hace mucho, muchísimos años, que comencé a escribir. En un primer momento, escribí poesía. No me salía otra cosa que no fuera un poema. Pero un día, en que estaba muy interesada en escribir un cuento. Lo intenté, y me dio mucha vergüenza lo que había escrito. Pero no me dejé convencer por la evidencia. Seguí intentándolo, cada vez con más empeño. Hasta que por fin, llegó el momento en que me pareció bastante aceptable:”¿Seré ya una escritora de historias?” pensé. Y entonces, con convicción, me dije: “Si puedo contar una historia para grandes, tal vez pueda contar una historia para chicos” y lo intenté también. Fue tan ameno ir encontrando las palabras para armar el relato, que cuando lo terminé, me di cuenta de que me había resultado fácil, porque lo fui escuchando con mis oídos de niña, lo leí con mis ojos de niña, y por sobre todas las cosas, lo imaginé con mi mente de niña. Ahora sólo aspiro a que llegue a otro niño, que lo leerá, lo escuchará, o lo imaginará con toda la fantasía de la que tanto saben los niños.
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