martes, 30 de enero de 2018

DOCUMENTAL: NACIMIENTO DE "JALEA DE DUENDES"

Video documental de la presentación del libro de cuentos infantiles "Jalea de duendes", de Beatriz Fernández Vila, ilustrado por Milagros Cabrera. En Editorial Dunken, Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, el Viernes 25 de Noviembre de 2016.

Con: Milagros Cabrera, Raúl Pignolino, Ramón Oscar Sosa, Dany Pereyra, Ricardo Cabrera, Tony Fiorentino y Carlos Migliore Bataller.

Dirigido por Florencia Falchi.



jueves, 24 de noviembre de 2016

Presentación Oficial "JALEA DE DUENDES"


El Viernes 25 de Noviembre de 2016, nos encontraremos con todos ustedes en el Salón principal de Editorial Dunken, Ayacucho 357 (entre Corrientes y Sarmiento), Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, de 17:30 a 20 horas (puntual).

Nos inundará la Magia que nace desde "Jalea de duendes" y la compartiremos.

Nos acompañarán, entre tantas personas queridas, Milagros Cabrera (ilustradora del libro), Dany Pereyra (cantautor popular), Raul Pignolino (escritor y corrector del libro) y Ricardo Cabrera (gran cuentacuentos y locutor de Uruguay). 

Agenden la fecha. Están todos invitados. Los esperamos. 

Carlos Migliore Bataller
 

lunes, 29 de agosto de 2016

LANZAMIENTO "JALEA DE DUENDES"


Ya se encuentra disponible a través de Editorial Dunken,  
JALEA DE DUENDES, libro de cuentos infantiles de  
Beatriz Fernández Vila, ilustrado por Milagros Cabrera.

Editorial Dunken - Agosto de 2016
ISBN 978-987-02-8856-5


Beatriz Fernández Vila
AUTORA

bailalamaga@gmail.com
Milagros Cabrera
ILUSTRADORA

La edición es de 80 páginas en papel de 90g blanco
e incluye tapa laminada brillosa con solapas. 

Link a Librería Online Dunken.
 


Carlos Migliore Bataller
  

martes, 30 de septiembre de 2014

JALEA DE DUENDES

La pequeña pajarita despertó temprano aquella mañana. La tormenta de la noche anterior le hizo perder el rumbo, y emprendía el regreso a su hogar después de muchos inconvenientes. Al llegar al árbol donde tenía su nido, sintió algo extraño a su alrededor. Intentó un primer gorjeo para despertar a sus vecinos más cercanos, pero algo raro  sucedía en el bosque. “¡Qué silencio!” pensó. Se  trepó a la rama más alta para ver si desde allí podía ver mejor lo que sucedía, pero no advirtió nada. Una brisa suavecita sacudía las hojas de los árboles, y era este, el único movimiento que se sentía en el lugar.

La situación le despertó un poco de miedo, porque parecía que sólo ella estaba allí. Qué feo tanta soledad. En los nidos, no se advertía ningún movimiento. Nadie pedía comida. No se oía el reclamo de los pichones, ni el revolotear presuroso de las mamás pájaras. Qué extraño en verdad. 

Una pequeña hoja se desprendió en ese momento de la rama donde estaba posada, y fue cayendo muy suavemente. La pajarita la vio flotar en el aire hasta caer, y voló tras ella. Cuando se encontró en el suelo, le pareció que el silencio que allí reinaba era todavía más intenso. Todo el bosque parecía dormido. Los ciervos que a esa hora iban en busca de algún fruto no estaban en el lugar. Las abejas, que revoloteaban sobre las flores, tampoco estaban. Los miles de insectos, que a esa hora del día iban y venían, también estaban ausentes. Todo a su alrededor era silencio. En eso pensaba, cuando escuchó que unas hojas secas crujían detrás. Lejos de asustarse, sintió cierta tranquilidad, porque supuso que no estaba tan sola como creía.

- Chiiis…chiiisss…. - escuchó.

Y miró hacia el lugar de donde venía el chistido.

- ¿A mí? - preguntó

- Si…Si…Buen día - dijo don Caracol

- Buen día - respondió amablemente ella.

- Parece que otra vez el bosque está encantado - volvió a decir don Caracol.

La pajarita lo miró con asombro. En tanto tiempo en ese lugar, jamás había vivido algo semejante.

- ¿Encantado? - preguntó

- Si,  encantado. Sin dudas esto es obra de la bruja del otro bosque. Es una envidiosa, que no quiere que estemos felices.  Por eso cada tanto, se empeña en hacernos sufrir un poquito.

- ¿Y por qué no estás encantado como los demás? - preguntó la pajarita

- Es largo de contar, pero seguramente fue porque no pasé la noche aquí. Al atardecer, cuando comenzó la tormenta, yo descansaba sobre una hoja. Y el viento la arrastró tan lejos, que amanecí en otro lugar. Creo que fue por eso.

- Seguro, yo también me perdí en la tormenta, y por lo visto, eso me salvó del hechizo.

- No te preocupes, -dijo el caracol- esto tiene arreglo. Hace mucho tiempo, cuando yo era chiquito, sucedió algo similar. Y recuerdo muy bien a quienes recurrimos.
Tendrás que ayudarme, ya que soy un poquito lento, y si todo dependiera sólo de mí, tardaría un montón en resolver el problema. Pero valiéndonos de tus alitas nos irá un poco mejor.

- Haré lo que me pidas

- Tenemos que apurarnos 

- ¿Qué haremos? - preguntó la pajarita

Y se acercó a don Caracol, que muy despacito, y al oído, le explicó qué debían hacer.

En un lugar muy apartado del bosque vivían los duendes protectores, y a pesar de que velaban día y noche por la tranquilidad de todos, de vez en cuando la bruja del bosque vecino se salía con las suyas, y provocaba esos hechizos.
Y hacia allá fueron los dos. La pajarita desplegó bien sus alas y don Caracol, se sujetó  a ella, para viajar más rápido y encontrar una pronta solución.

Los duendes, eran famosos por preparar riquísimos dulces y jaleas con las que deleitaban a los habitantes del bosque. Pero por una extraña razón, cuando las brujas los comían, estos se transformaban en una pócima mágica que las hacía dormir por un montón de años. Las brujas, sabían de memoria el mal que les causaban, pero eran incapaces de soportar las ganas de comerlos.

Si deseaban volver a despertar al bosque encantado, tenían que apurarse. La pajarita, don Caracol, y los duendes, trabajaron todo el día sin descanso. Desde los arbustos más cercanos trajeron los mejores frutos para preparar la jalea. En los pequeños hornos de barro, que los duendes tenían en su casa, cocinaron deliciosos panes y galletas.

Al amanecer del día siguiente, el olor a pan recién horneado y el dulcísimo aroma de la jalea despertaron al bosque entero.

Pero faltaba la parte más delicada de la riesgosa empresa. A pesar de que los duendes sabían de memoria cómo tentar a las brujas, esto requería de mucho cuidado y dedicación.

En una pequeña vasija colocaron el dulce, y fueron en comitiva a llevarlo hasta la entrada del bosque vecino. Sabían perfectamente que la malvada, caería en la deliciosa trampa. Y ellos, tendrían la posibilidad de vivir tranquilos durante muchos años.

De más está aclarar que el bosque, tuvo ese día un amanecer muy especial. Todo parecía una fiesta. Los duendes repartían grandes rodajas de su delicioso pan, untadas con el más exquisito dulce, y nadie se explicaba a qué se debía un despertar tan festivo. Pero no podían dejar de disfrutar la más sabrosa Jalea de Duendes que se pueda imaginar.

Al atardecer continuaba la algarabía. Y tuvieron un motivo más para el festejo. Los  encargados de llevar la jalea para tentar a la bruja, regresaron con una buena noticia: luego de devorar el delicioso bocado, ésta cayó en el profundo sueño, que la mantendría alejada por un buen tiempo.

La pajarita y don Caracol, estaban muy felices de haber colaborado para tanta alegría.

Al anochecer aún seguían festejando. Llenos de felicidad, porque sabían que les esperaba una larga temporada en la que vivirían tranquilos. Todos los habitantes del bosque estaban satisfechos por la buena noticia, y agradecían a los duendes un despertar tan delicioso. 
Beatriz Fernández Vila
 

martes, 1 de octubre de 2013

GATO SIN BOTAS

“Si me consigues lo que te pido, cambiaré tu suerte, sólo hace falta que confíes en mí, y lo demás corre por mi cuenta” el hijo del molinero ya no se asombraba de que su gato le hablara.

Cerré atropelladamente el libro cuando escuché el motor de la camioneta y vi a mi padre detenerse un poco para ayudar a bajar a aquella mujer. Yo conocía la historia desde hacía un tiempo, pero tenerla ante mis ojos, me hizo sospechar la proximidad de mi desgracia. Entonces los días comenzaron a ser difíciles.

Mi padre era un hombre simple, sin demasiadas pretensiones más allá de cuidar de su chacra y sus animales. Y esa señora a la que se había unido era el complemento necesario para ocuparse de las cosas que a él se le escapaban; entre ellas, yo, que tenía apenas ocho años, y era una niña a la que había que hacerle trenzas y coserle vestidos. De ahí en más quedé a cargo de Hortensia que era mujer, y tal vez algo supiera sobre letras y números, desayunos y meriendas. Y en adelante, cumplió tenazmente con su tarea; que estaba fuera de cualquier comparación, porque yo no recordaba a mi madre, y me hice a la idea, de que seguramente así no debía ser.

No me besó al llegar como hacían mis tías, lo que me produjo cierta tranquilidad, porque me vi a salvo de los apretujones de cachetes y los comentarios rutinarios de qué grande estás, ya sos una señorita. Pero su actitud, fue igual de distante día tras día. El cuero cabelludo dolía bajo sus implacables manos de degolladora de gallinas, porque cuando sujetaba el pelo para hacerme las trenzas, yo imaginaba mi cabeza saliéndose y cocida más tarde en la gran olla como los pollos o las gallinas que se entregaban con la misma mansedumbre de las verduras que arrancaba con destreza de la huerta. En medio de la interminable tortura yo suponía que con esa facilidad me iba a quitar uno a uno cada cabello, y que mi padre no sabría que eran míos cuando ella se los sirviera en la sopa. O que moriría con un peine envenenado clavado en mi cabeza. O atragantada con un trozo de manzana como Blancanieves.

Por las noches me mantenía alerta para que no convenciera a papá de que me abandonara en medio del bosque, y tomé la costumbre de llenar mis bolsillos de migas de pan para valerme de la misma treta de los hermanos del cuento.

La casa estaba prolija. Por primera vez en mucho tiempo conocí el verdadero color de las cortinas y el tapizado del sillón. Supe de comidas a horarios lógicos, y plegarias arrodillada junto a la cama. Ropa siempre limpia y planchada. Y gritos destemplados cuando mi padre entraba con las botas embarradas. Pero ninguna de esas virtudes domésticas me unió a esa mujer seca, de ojos pequeños y punzantes como flechas que se clavaban en medio de mi frente cada vez que me dirigía la mirada, como si quisiera hacerla estallar. Me preguntaba si tenía hijos, y cuando jugaba con mis muñecas las trataba con la misma frialdad en un intento por acostumbrarme.

“Tú espera confiado, y déjame hacer, no te arrepentirás. En poco tiempo sabrás quién es tu gato”

La tarde que recuerdo, era una tarde de otoño, los vidrios estaban empañados y mi padre todavía no había regresado. Hacía tiempo que el trato de ambos se había hecho más áspero, y a veces los escuchaba discutir. Después papá se recluía en el patio de atrás, limpiaba sus escopetas, y con seguridad al día siguiente de cada discusión desaparecía porque se iba con sus amigos a cazar. La noche anterior habían discutido, y supuse que volvería muy tarde. Esa mañana habíamos recibido la compra del mes, y las bolsas descansaban en la galería esperando que papá las llevara a la despensa cuando regresara. El empleado del almacén había dejado la del azúcar, mal apilada sobre las otras, y Bollito que pasó veloz detrás de su bola de lana, movió no sé qué cosa que cayó sobre la bolsa, y la desparramó en el suelo. Mi suerte estaba echada, era una pobre niña como cualquier otro niño desgraciado de mis libros de cuentos, como Cenicienta con su malvada madrastra y sus hermanas. Gretel, corriendo esa suerte junto a su hermano en manos de una bruja hambrienta y despiadada, o el desdichado molinerito del Gato con Botas, su suerte se asemejaba a la mía, y esa tarde me lo acababa de confirmar mi gato, en quién confiaba muy poco es verdad. Lo único que quedaba era huir. Y me fui con Bollito apretado a mi pecho. Antes de salir pasé por la cocina y me llevé unas tortas asadas que estaban junto a la estufa. Después tomamos por el camino de los tilos que ya estaban desnudándose por culpa del otoño, y había convertido el suelo en un crujiente sendero de hojas secas. La inmensidad que rodeaba la casa me resultaba todavía más distante, como si ya no fuera parte del lugar que conocía. Antes de salir corriendo miré hacia atrás por última vez, para saber si ella no se había dado cuenta, y vi en la sala la mecedora moviéndose; me quedé tranquila, sabía que estaría ocupada tejiendo, porque era lo que hacía habitualmente cuando estaba enojada. Después de cada discusión se entregaba por completo a otras labores y dejaba de cocinar por algunos días.
La tarde caía plomiza, con un fuerte tono de desamparo, yo sentía una profunda desprotección y me creí abandonada en un bosque; por fin ella lo había logrado.

En toda la extensión de la cerca de la huerta se trepaban las lianas secas de un gran zapallar, que se asemejaban a monstruos en acecho. Más allá las hojas secas del maizal que en el verano plantaban detrás de la casa. Y aunque sabía que debía esconderme en el lugar más apartado, me propuse no traspasar ese sitio, que siempre me causó miedo, porque me resultaba alejado y misterioso. Me encontraba sola, abandonada a mi suerte, y en compañía de un gato, mi gato Bollito que era un pobre gato, y que con seguridad no tenía la destreza del gato del hijo del molinero, y que no iba a pedirme un traje y unas botas, ni conseguiría transformar en ratón al enemigo.

A distancia de la casa encontré la casita de ramas que habíamos levantado con los hijos del vecino y lo sentí como un refugio digno del desamparo de ese momento. Unas gotas gordas empezaron a caer de golpe y yo me sentí a reguardo. Una caravana de hormigas trataba de organizarse ante la imprevista lluvia.

Déjalo todo en mis manos diría Bollito, pero Bollito ni siquiera me miraba. Te haré rica insistiría, pero estaba ausente de mi desgracia. Te liberaré de tu penosa suerte, pero cerraba con pereza sus ojitos y yo sabía que dependía de mí la suerte que corriéramos.

Deténganse por favor, mi señora está ahogándose en el río, y la carroza del rey que pasaba camino a su palacio, se detendría ante la presencia de ese extraño gato que pedía auxilio para su dueña ¿Quién es tu señora? Preguntaría el rey vivamente preocupado. Mi señora, diría Bollito, poniendo ronca la voz, mi señora es la marquesa de Carabasa, y correría luego de prisa, a pedirle a la malvada bruja que habitaba la casa, que se transformara en ratón para comérsela. Me oculté lo más que pude en la choza, y saqué las tortas que había llevado, como si la expedición hubiese sido tan prolongada que el hambre me agobiaba. Quise compartir las tortas con mi gato pero se resistió, él era revoltoso y bastante maleducado, pero metódico a la hora de comer, así que me miró, cerró los ojos y no probó nada de lo que le ofrecía. Yo me resigné a esperar, y me atraganté con las provisiones sin tomar en cuenta el racionamiento, por si la estadía fuese larga.

Desde allí veía altas las hierbas del jardín, pero no me impedían observar el ventanal de la sala. Cuánto tiempo podría pasar sin que fueran a buscarme. Mis ojos no se apartaban de la ventana, y aunque el respaldar de la mecedora era alto, me parecía adivinar la figura de la madrastra. El cabello mojado se me pegaba a la cara. A mi improvisado cobertizo se le fue derrumbando el techo de ramas y hojas, y no supe cuánto podría resistir. Sólo Bollito soportaba estoicamente, sobreponiéndose a tan incómoda situación como muestra de su cariño y lealtad. De pronto sus ojos se clavaron desafiantes en lo míos, antes de pegar un salto y salir disparado a pesar de la lluvia.

“¿Y dónde vive tu señora? 
¡Muy cerca de aquí su majestad, pero sucede que ahora está en peligro y debemos salvarla!” 

No sé cuánto tiempo estuve alejada de mi casa, pero la carroza del rey no pasaba, y mi gato se acurrucaba en el hueco de un árbol, y me miraba sin intención de hacer nada por mí.

“¿Tu señora es la que tan gentilmente me ha enviado esos presentes que has llevado a mi palacio? ¡Deténgase cochero, debemos salvar a la marquesa de Carabasa!”

Esperé todo lo que pude aunque ya sentía frío por la lluvia y porque estaba cayendo la noche. Regresé cuando vi llegar a mi padre que entró por la puerta de atrás, quizás para retrasar los gritos que esperaba escuchar. Lo vi caminar por la galería y meterse en la cocina, después lo vi colgar dos liebres de los ganchos y salir nuevamente hacia el patio de atrás para limpiar las escopetas. Un silencio extraño inundaba la casa y estuve a punto de retroceder, para no quebrar ese instante tan frágil que se me presentaba como un sueño.

Papá me sorprendió a punto de volver hacia atrás, mojada y embarrada, pero no me dijo nada. Yo como respuesta corrí a mi cuarto a cambiarme, como una niña responsable a quién no había que recordarle sus obligaciones.

“Debo pedirle otro favor, verá usted, mientras mi ama se bañaba en la laguna, unos ladrones robaron sus ropas, y en este momento no tiene qué ponerse para presentarse dignamente ante su majestad”

Después de un reconfortante baño que me preparé yo sola, me puse un vestido limpio, y cuando me miré al espejo me sentí una princesa.

 “¿A quién pertenecen estas propiedades que rodea el castillo? - pregunta el rey maravillado-
 A la marquesa de Carabasa, mi noble señor. Pase usted, su majestad. Su presencia honra el humilde castillo de mi señora”

Esa noche abrimos unos cuantos frascos de conservas que guardábamos para el invierno, de postre; queso y  miel, y nos atiborramos de frutas secas y pasas como en Navidad. Me llené de todas esas delicias, y cada bocado que me llevaba a la boca retrasaba la pregunta que no quería pronunciar.

Después de la cena, papá tocó la guitarra como en otros tiempos, como cuando aún sonreía. Luego se dejó caer en el sillón de la sala, con las botas puestas y la ropa embarrada. Yo esperé los rezongos, pero no los escuché. Sólo un balbuceo de papá antes de quedarse dormido.

“Agradezco la hospitalidad de tan digna señora, y me gustaría que próximamente visite mi palacio, la agasajaré como se merece en agradecimiento a la exquisita velada”                

Y me sentí una verdadera marquesa; la marquesa de Carabasa como le había dicho mi gato al rey. Y estaba completamente a salvo, sin penas ni preocupaciones Respiré aliviada; lo que fuera parecía que iba a perdurar.
La  lluvia había menguado, y en la estufa los leños daban un tibio amparo a la casa. Bollito dormía en la mecedora; dulcemente satisfecho, con la barriga llena.

Beatriz Fernández Vila

Publicado en el libro "FANTÁSPOLIS" compilación de Marta Rosa Mutti, 
Editorial Dunken, Septiembre de 2011.
 

LA OSITA MATILDE

La Osita Matilde en el rincón de escritora de Beatriz Fernández Vila


lunes, 11 de marzo de 2013

AGRADECIMIENTO

Gracias a todos los chicos, padres y maestros que leyeron y/o trabajaron sobre los cuentos infantiles de Beatriz Fernández Vila durante el año 2012.

A continuación va la lista, perdón si falta alguien, háganmelo saber:

Nuestra Señora de Lourdes (Loma Hermosa)
Instituto San Eduardo (José C. Paz)
Merendero (Costa Esperanza)
Merendero Los Alegres Pichoncitos (La Cárcova)
Hospital Pedro de Elizalde (Colecta Día del Niño)
Jardín Belén (Villa Ballester)
Jardín 932 (Chilavert)
Escuela 34 (Villa Ballester)
Escuela 7 Bernardino Rivadavia (Villa Ballester)

Además, va un agradecimiento especial a los chicos que enviaron a Beatriz los dibujos inspirados en sus cuentos, con dedicatorias y palabras que arrancaron sonrisas y lágrimas de emoción:

Nuestra Señora de Lourdes-3A-Turno Tarde - Srta. Eugenia
Instituto San Eduardo-salitas Naranja y Verde (4 y 5 años) - Srta. Laura
Jardín Belén (Villa Ballester) sala de 4 años - Srta. Karina

Y un inmenso GRACIAS a todo el grupo de VAMOS X LOS CHICOS por el amor y el apoyo.

GRACIAS a Gabriela Domé por su gigantesca tarea llena de sentimiento. Y por estar, siempre estar.

Carlos Migliore Bataller