lunes, 11 de marzo de 2013
AGRADECIMIENTO
Gracias a todos los chicos, padres y maestros que leyeron
y/o trabajaron sobre los cuentos infantiles de Beatriz Fernández Vila durante
el año 2012.
A continuación va la lista, perdón si falta alguien, háganmelo
saber:
Nuestra Señora de Lourdes (Loma Hermosa)
Instituto San Eduardo (José C. Paz)
Merendero (Costa Esperanza)
Merendero Los Alegres Pichoncitos (La Cárcova)
Hospital Pedro de Elizalde (Colecta Día del Niño)
Jardín Belén (Villa Ballester)
Jardín 932 (Chilavert)
Escuela 34 (Villa Ballester)
Escuela 7 Bernardino Rivadavia (Villa Ballester)
Además, va un agradecimiento especial a los chicos que enviaron a Beatriz los dibujos inspirados en sus cuentos, con dedicatorias y
palabras que arrancaron sonrisas y lágrimas de emoción:
Nuestra Señora de Lourdes-3A-Turno Tarde - Srta. Eugenia
Instituto San Eduardo-salitas Naranja y Verde (4 y 5 años) - Srta.
Laura
Jardín Belén (Villa Ballester) sala de 4 años - Srta. Karina
Y un inmenso GRACIAS a todo el grupo de VAMOS X LOS CHICOS
por el amor y el apoyo.
GRACIAS a Gabriela Domé por su gigantesca tarea llena de sentimiento. Y por estar, siempre estar.
Carlos
Migliore Bataller
RECETA PARA ENCONTRARSE CON LAS HADAS
Las
hadas de PUEBLOMAGIA se reunieron para
elegir a la reina de las hadas. Llegaron todas con sus trajes de marcas
importadas y sus joyas de la tatarabuela.
Mezclar muy bien estos ingredientes, batirlos con mucho amor.
En
un rincón de la vieja casona, resoplaba
un órgano destartalado que nadie se atrevía a criticar, a pesar de que los
valses se oían muy mal. Ninguna de las hadas osaba decir ni “chus”. Porque fue
traído en un viejo galeón, comandado por el archiconocido marqués de
Espiaflores, allá por el 1720.
La
dueña de casa, el hada Matilde, servía té en finísimas tazas inglesas.
Convidaba masas danesas. Y ofrecía riquísimas “Berlinesas”, que por tener un
nombre tan elegante, nadie sospechaba que se vendían en las churrerías. Todas
chismorreaban a la vez, y nadie recordaba para qué se habían reunido. Por la
galería se asomaba de tanto en tanto, un viejo gato francés, que ronroneaba en
siamés.
La
reunión se desarrollaba en un clima distinguido y refinado. Y cuando devoraron
la última masita, y bebieron la última gota de té, la dueña de casa propuso a
la reina. Comenzó diciendo que ella era la más indicada. Que no en vano se
había educado en los mejores colegios de hadas, sino que además, en su casa se
servía el más delicioso té. Las concurrentes se miraron indignadas. Y se sintieron
sobornadas. ¿Qué se creía esa maleducada? ¿Qué ellas iban a volcarse a su favor
a cambio de un mísero té? ”Ni lo piensen –gritó la más enojada- si a
mi me gusta el café” “No lo duden
–insinuó la más obsecuente- si ella, todo lo hace espléndidamente”.
Entre
tanto grito y enojo no se ponían de acuerdo. Hasta que desde un rincón se escuchó
la voz de la más sensata: “¿Por qué discuten tanto, creen que somos
importantes? ¿Quién sabe hoy en día, para qué sirven las hadas? ¿No piensan que
en lugar de pelearnos por coronar a una reina, debemos discutir cuál es nuestra
función en el presente?”
Se
apaciguaron ante estos dichos, aunque
poco duró la calma. Pronto siguieron discutiendo acaloradamente, cuando desde
la calle se escuchó un escándalo aún peor. Era una manifestación de hadas que
no recibieron sus tarjetas de invitación, y amenazaban con evitar semejante
acontecimiento. Grandes cartelones proclamaban a la preferida para el cargo. Cuando
una de las más jóvenes gritó a voz en cuello “Ustedes están locas, yo no
quiero convertirme en plebeya. No coronemos a una reina, mejor elijamos
presidenta”
Fue
entonces que fijaron fecha para las próximas elecciones; día en que elegirían a
la más adecuada y capaz.
Los
comicios fueron limpios y transparentes. Pero a partir de ese momento, las
hadas tuvieron tanto trabajo con sus nuevas funciones que olvidaron por
completo a quienes necesitaban de sus prodigios.
La
gestión duró poco. Porque se dieron cuenta de que estaban mucho mejor antes; cuando
solo se ocupaban de sus tareas de hadas. Así que dejaron esos asuntos para los señores aburridos. Y ellas volvieron a
revolotear por los aires, en busca de quienes necesitaran de sus buenos
oficios. Cuando las quieras encontrar, no estaría nada mal, que recurras a esta
receta:
INGREDIENTES
*Una
abuela que nos quiera mucho
*Una
cálida siesta
*Un
montón de libros de cuentos
*Una
cama calentita donde quepa también la abuela
*Montones
de preguntas, y tu asombro
Mezclar muy bien estos ingredientes, batirlos con mucho amor.
Cocinarlo
a la temperatura de tu corazón. Y soñar, soñar sin parar.
Beatriz Fernández Vila
LAS BRUJAS VUELAN EN BURBUJAS
Braulia nació en una lavandería, “¡uff,
cuanta espuma alrededor!”. La dueña del negocio se asustó un poco, no por el nacimiento que
estaba presenciando, sino porque jamás había visto cómo nace una bruja. Ah! Me
olvidaba decir que Petronila, la mamá de Braulia, es una auténtica bruja. Bah!,
lo de auténtica está por verse. Es sí una bruja, pero de esas modernas, esas
que enarbolan las banderas del feminismo, y les dicen a sus esposos que de
ninguna manera van a cocinarle mondongo, y que ni locas coserán sus medias
agujereadas. Y como además, es una mujer comprometida con su tiempo, fundó una
asociación que lucha contra el trato discriminatorio que sufrieron las brujas a través de la historia, y los
libros de cuentos.
Por otra parte, se niega usar bonete de
bruja, zapatones de bruja, y escoba de bruja, no porque ésta no sea útil para
volar, sino porque además sirve para barrer, tarea a la que ella se opone
rotundamente.
Por su insistencia en negarse a ser un ama
de casa, aquel día, cuando nació su hija, ella estaba en la lavandería llevando
la ropa que su esposo se olvidó de lavar. ¡Pobre Braulia, que desconcierto!,
venir al mundo entre lavarropas y jabón en polvo, ¡Quién lo diría, qué
vergüenza!, justo la hija de Petronila venir a nacer en un lugar tan
inadecuado.
Quizás ustedes no sepan, porque hay poca
información al respecto, que a poco de nacer, una bruja ya se para en sus dos
piernitas, camina, habla, y está lista para realizar hechizos. Y esto le
sucedió a Braulia; apenas llegada a este mundo, era una bruja hecha y derecha,
pero muy diferente a las demás.
A la recién nacida le pareció que algo no
funcionaba bien. Tuvo la sensación de que algo faltaba; un bonete, una escoba
tal vez.
¿Recuerdan, que cuando mamá esperaba al
hermanito, tenía un bolso preparado con las ropitas del bebé? Bueno, Petronila
preparó uno parecido, con ropas ultramodernas, nada brujeril ¡Fuera el bonete!
¡Abajo la escoba! Su hija, su adorada
hijita, jamás se vestiría como una bruja. Y mucho menos, la dejaría volar en
escoba. Así que cuando Braulia abrió los ojitos, y quiso treparse a la suya, por
supuesto, no estaba. Entonces se trepó a una burbuja, ya que en ese momento la
espuma de una de las lavadoras, empezó a salir por todas partes.
¡Ay que dolor de cabeza para Petronila!, su
hijita del alma revoloteando en esa cosa. ¡Que burla del destino! Justo ella,
una auténtica bruja feminista, venir a dar a luz en una lavandería.
Pero mientras la madre rezongaba por su
suerte, la hija volaba feliz, montada en su burbuja.
Las cámaras de televisión y los periodistas
invadieron la lavandería. Doña Hortensia, la dueña, que días atrás se quejaba
por no tener clientela, no daba abasto con toda la gente que venía a lavar sus
ropas en un lugar tan especial.
Al día siguiente los diarios titulaban BRUJA
SIN ESCOBA, VUELA EN BURBUJA.
Los días pasaron, y los meses, y los años,
Braulia crecíó feliz, y la burbuja está cada día más brillante. Nuestra brujita
y doña Hortensia se hicieron inseparables.
Cuántas veces leímos historias donde una
bruja preparaba en un enorme caldero, brebajes espantosos para realizar sus
encantamientos. O convertía a bellísimos príncipes en horribles sapos. Bueno,
eso ya fue, son cosas del pasado. Las brujas modernas tienen otras
aspiraciones. Y Braulia vino a este mundo con una gran capacidad empresarial.
Nada de pases mágicos del medioevo, ella está preparada para otra cosa.
Y como el negocio de doña Hortensia va cada
día mejor, y nuestra brujita tiene mucho que ver con tanto éxito, ambas se
asociaron y abrieron un montón de sucursales para atender a tanta clientela
.Ayer inauguraron una en mi barrio. La gran cadena de lavanderías lleva el
sugerente nombre, de BURBRUJA, en el “logo”
publicitario se ve a Braulia montada en una burbuja revoloteando por los
aires.
Qué se le va a hacer, así son las brujas
ahora. Ya no pierden su tiempo en hechizos, ni brebajes horripilantes. En el
presente tienen otras metas. Y a Braulia no le fue nada mal, de un plumazo
borró la mala fama que siempre tuvieron las brujas. Y hasta encontró a su
príncipe azul, que se enamoró de ella sin necesidad de filtros mágicos ni
encantamientos. Se casaron, son felices y comen perdices.
Y colorado colorín, este cuento llegó a su
fin.
Y colorín colorado, en la lavandería
BURBRUJAS se realiza el mejor lavado.
Beatriz Fernández Vila
EL OGRO Y DON BRAULÍN DE BADAJOZ
Hace mucho, pero muchísimo tiempo, tanto que
ni siquiera sé cómo llegó esta historia hasta nuestros días, existió un ogro
descomunal, desagradable, con una enorme barba, que era el terror de toda la
comarca donde vivía. Todo el que habitaba cerca de su casa pasaba horas enteras
cuidando a su familia, o tratando de no hacer ni el más mínimo ruido para no
molestarlo.
Beatriz Fernández Vila
Los campesinos del lugar, cuando levantaban
sus cosechas elegían las mejores frutas y verduras para llevar hasta el portal
de su casa, y tratar de congraciarse con él. Los dulces más exquisitos, en grandes
vasijas, eran depositados a la entrada de su hogar. Y los pasteles más
deliciosos, en enormes canastas, llegaban de regalo, porque imaginaban que si se entretenía comiendo, de
ninguna manera saldría por la comarca en busca de carne fresca.
Aunque jamás lo habían visto, todos los
pobladores trataban de adularlo porque sentían un profundo temor. Y cada uno de
ellos, cada día de sus vidas tenía algo horripilante para contar sobre él. Si a
alguno se le perdía una oveja, era incapaz de salir a buscarla porque
descontaba que era el ogro quien la había devorado. Si alguna vaca entraba a un
campo vecino y comía todo el pasto que se le antojaba, nadie culpaba a la vaca,
daban por cierto que el malvado ogro era quien lo había robado para hacerse una
ensalada. Y antes de que la noche llegara, cada cual se metía en su casa para
sentirse a salvo. La vida de esa gente transcurría entre sus tareas diarias y
el temor al terrible enemigo.
Pero sucedió un día que llegó a la comarca
un viajero de aspecto sorprendente. De pequeña estatura, con un larguísimo
bigote que peinaba dándole varias vueltas hasta formarle rizos. De barriga
prominente, y dotado de una cautivante conversación. La primera impresión que
causó fue la de burla. Pero bastó que abriera la boca para que su poderosa voz
despertara la curiosidad de todos los que lo escuchaban, “soy el conde Braulín
de Badajoz - dijo exultante
- y fui comisionado por mi dignísimo
rey para conocer las necesidades de este pueblo”. Los presentes
confiaron en que se trataba de un enviado del rey, alguien con un nombre tan
pomposo sólo podía ser enviado por él.
El viajero se cuidó muy bien de no hablar
más de lo conveniente. En la hostería del pueblo fue recibido como correspondía
a un dignatario de su categoría. Le acondicionaron el mejor cuarto, y
dispusieron para él una mesa llena de exquisitos manjares.
Esa noche comió hasta hartarse, y durmió
plácido hasta el día siguiente en que cada
poblador fue acercándose a la hostería para contarle lo que le hacía
falta. El viajero demostró todo el interés del que era capaz, mientras cada uno
de los que llegaba ponía un presente a sus pies. Sus ojitos resbalaban
presurosos sobre los obsequios, pensando en el momento en que partiría de allí
llevándose tantas cosas.
Después de largas horas de recibir a la
gente, ya cansado propuso:
- Como es poco el tiempo que me queda en
este pueblo, les pediría que piensen en un deseo que beneficie a todos, porque
pronto tendré que marcharme.
Entonces, un niño que estaba en la reunión
pidió que los liberaran del ogro. El hombrecito se puso serio, apoyo su espalda
contra la silla, levantó la mirada y dijo:
- Un ogro, ¿verdad? Me están hablando de un
terrible ogro… ¿Acaso un horripilante ogro, que asola la comarca y los llena de
pavor, y no los deja descansar ni de día ni de noche, verdad? ¿Me están
hablando ustedes del peor de los ogros? ¿Ese que no deja nunca de atormentarlos
y no hace más que llenarlos de miedo?
- El mismo
- dijo el niño - El mismísimo
ogro que usted menciona, mi señor.
El conde Braulín de Badajoz se acarició un
poco el bigote, carraspeó un poquito, y pidió unos minutos para pensar. Miró
todos los regalos que le habían traído y se preguntó cómo haría para
llevárselos. Después de largos, larguísimos minutos tuvo una idea:
-Tendrán que ayudarme
a cargar estos obsequios en una carreta. Pasaré por la casa del terrible ogro a
llevárselos, y a pedirle de buenas formas que deje ya de asolar esta comarca de
gente honrada.
Los presentes se miraron consternados, “¡qué
bueno es!” exclamaron a coro. Ese pequeño gran hombre era capaz de tanto
desprendimiento y tanta entereza. En
verdad que no salían de su asombro.
Presurosos ayudaron al valiente hombrecito a
cargar tantos regalos y tanta comida, ya que todas las señoras del pueblo se
esmeraron cada una en una exquisitez diferente, para tan noble señor.
Al mediodía la carreta estaba lista. Y
sujeto a las riendas del caballo, nuestro héroe. El valiente benefactor
preguntó dónde estaba la casa del ogro, y hacía allí partió en medio del
agradecimiento de todos los pobladores que se abrazaban unos con otros y
saludaban al viajero. Uno de los más valientes lo acompañó un trecho y lo vio
perderse dentro de las tierras del temido. Pero como jamás nadie lo vio salir,
supusieron que el valeroso hombrecito sirvió de almuerzo para el desalmado ser.
Por supuesto que esto ayudó a acrecentar más la fama del enemigo.
Los años pasaron. Los pobladores siguieron
con sus miedos, y todas las desgracias que ocurrían en el pueblo tenían un solo
causante. Ya sabemos quién.
Pero una tarde en que aquel pequeñito de la
hostería, ya grande, pasaba muy cerca de las tierras del ogro para llevarle los
acostumbrados regalos, creyó ver una figura conocida. Cual no fue su sorpresa
al ver a Don Braulín cómodamente sentado
en un confortable sillón atragantándose con pasteles y dulces. Y bebiendo los
exquisitos vinos que los pobladores dejaban para congraciarse con el ogro.
Sin pensarlo se acercó a la casa. Cuando Don
Braulín se vió sorprendido ejercitó una recia voz para asustar al intruso, “soy
el terrible habitante de estas tierras y nada me agrada más que la carne
fresca” dijo. Pero el valeroso joven, al instante entendió la vieja treta.
El malévolo ogro nunca existió. Ese pequeño hombrecito se había burlado durante
años de todo un pueblo.
Al verse descubierto, Don Braulín entendió que nada podía hacer para sostener
su mentira. Hizo pasar al joven. Le sirvió una copa de vino, y se dispuso a
contar su larga historia.
El hombrecito comenzó diciendo que alguna
vez él también vivió en una comarca vecina, y era objeto de todas las burlas
por su escasa estatura y su poderosa voz. Y que un día cansado de tanta mofa
tanto desprecio, se internó en las tierras del ogro con la intención de que el
destino decidiera por él. Fue así como supo que el temido ser no existía. Que
la mentira era mantenida por el propio temor de los pobladores. Y que él no
hizo más que aprovecharse de eso para burlarse a la vez y recibir los buenos
obsequios que le traían.
Contó además, que el día que se presentó
como el enviado del rey, iba decidido a decir la verdad, pero que la sorna de
algunos hizo renacer los viejos sentimientos y no dijo nada porque sintió rabia
por esos tontos. Capaces de burlarse de él, por su estatura, sin darse cuenta
que ellos eran unos pequeños hombres por sus temores. Y que a la vez pensó que
no estaría mal unos cuantos años más de miedo. Porque así lo pasaba muy bien;
recibiendo los mejores productos de las cosechas, los mejores pasteles y los
mejores vinos. Y que si nadie era tan valiente de descubrir la verdad, él no
tenía la culpa.
El valiente visitante y Don Braulín
acordaron que, poco a poco empezarían a desmentir esa vieja historia, porque no
era posible vivir con tanto miedo. Y así ocurrió. La mentira de a poco fue descubierta, y nunca más, ninguno se
atrevió a burlarse del pequeño hombrecito. Porque reconocían que lo que no
tenía de altura, lo tenía de astuto. Que nadie tiene menor valor por ser
diferente a la mayoría. Y que el temer tanto a lo desconocido por no tener la
valentía de enfrentarlo, podía también ser motivo de burla.
Aunque Don Braulín nunca pagó del mismo modo
las ofensas recibidas.
El sagaz hombrecito vivió feliz en la
comarca junto a sus vecinos, y fue tratado siempre con mucho respeto. El mismo
respeto que tiempo atrás despertara el ogro. Aunque mejor todavía, porque lo
sentían por afecto y no por miedo.
Y colorado colorín, todos vivieron felices sin
ogro y con Don Braulín.
Beatriz Fernández Vila
Suscribirse a:
Entradas (Atom)